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08
May-2015

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Los día pasan, pero las ganas de estos niños de mostrarnos sus conocimientos, quedan. Por la noche, ya nos rodean con propuestas para la mañana siguiente. “Todavía no construimos el cochecito de carretel”, dice uno. “Porque no vamos a cazar cangrejos en el mangle?”, dice otro. La lista no se agota, quieren realmente a alguien para compartir, convivir, jugar.

Los deberes los hacen en la escuela mismo, o de noche, antes de dormir. Buscan la libertad, no quieren perder tiempo con nada que esté fuera de las preciosas experiencias vividas.

A veces me pregunto si no estamos llenando demás sus vidas con tantos juegos. Voy a escuchar a las madres, preguntarles si los niños pueden venir a nuestra casa todos los días y salir por ahí jugando con nosotros. “Ah sí, pueden sí. Estos chicos van a llorar y extrañar mucho cuando ustedes se vayan de aquí”. Y nosotros entonces! Ni que hablar!

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El intercambio es intenso. Ellos nos enseñan y nosotros a ellos. El repertorio que traemos en la valija se va desparramando, difundido nuevamente para niños de otras regiones. Rayuelas, avioncitos de papel, juegos de pista, formas de saltar al elástico, magias con cordeles, payanas, canciones, chistes, anécdotas… Siendo redistribuidos nuevamente para la infancia.

Aquí en Tatajuba, el trompo que estaba adormecido entre la generación de varones entre 6 y 14 años, se tornó una gran fiebre. Todo empezó cuando los varones, circulando diariamente por nuestra casa y jugando con los juguetes que nuestros hijos llevan consigo, encontraron una bolsita con trompos y fueron pidiéndonos: “me enseñas a jugar con este?” Fue la oportunidad para crear esta excelente posibilidad de intercambio.

David es el maestro de los lanzamientos: aprendió a jugar al trompo en la Amazonia y nunca más perdió el vicio por este juego. En la terraza de nuestra casa se organizó un verdadero patio de juego. Todos los días los chicos aparecen por aquí, saben donde están los trompos y se sienten libres para pasar horas en los intentos. Incluso cuando estamos almorzando, cenando, trabajando en la computadora o haciendo dormir a nuestros hijos, siempre hay un grupito de niños haciendo girar trompos o jugando con cualquier otro juguete de nuestros hijos. De esta forma, sin precisar organizar talleres, workshops o envolver a los maestros y a la escuela, vivimos un intenso intercambio de juguetes y juegos, de la forma más natural posible, simplemente jugando junto con ellos.

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Los chicos de más de 20 años son genios con los trompos: los giran en una mano sin tocar el piso y conocen trucos de grandes batallas. Que pasó que el ciclo se rompió? Porque ese juguete no llegó hasta los niños de hoy en día? Nadie sabe muy bien decir porque. Fueron parando de jugar. Hoy en día nadie más tiene un trompo y el juego simplemente adormeció, perdió su fuerza y no creó el gesto en esta nueva generación.

Ayer mismo, el grupo se reunió en nuestra terraza para aprender a confeccionar la “bicuda” (tipo de cometa hecha con papel sulfito, que aprendimos en Acupe-BA). Hacen algunos días, los niños vieron a nuestro hijo mayor empinando una cometa en el campo de fútbol y vinieron corriendo a pedirnos: “enseñanos a hacer eso?”. Vamos a conseguir línea de cometa para todos, claro, y es solo llegar por aquí que nosotros les enseñamos.

En este tipo de viaje es importante llevar con uno materiales como cordel, línea de cometa, cuchillitos, martillos, clavos, trompos, elásticos e hijos a los que les guste jugar con esas cosas. Son llaves para que el juego surja de forma natural.

Les mostramos en la computadora, la película que hicimos de los chicos de Acupe enseñando como confeccionar la cometa de papel; y dejamos para nuestro hijo la tarea de enseñarles a hacer las dobladuras del papel, él, que con 6 años, sabe el valor del intercambio del jugar.

Pronto, la cometa ya está establecida en Tatajuba y de ahora en más, los chicos de aquí charlan con los chicos de Acupe a través de los vuelos libres de un papel sulfito.

Siempre nos preguntan si los niños de esas comunidades no miran televisión o si no juegan con video games. Sí, juegan con video games y les gusta mirar todo lo que a cualquier niño le gusta. Sólo que cuando encuentran a alguien disponible para escucharlos, para jugar con ellos y organizar paseos por ahí, las tecnologías pierden fuerza, salen del centro y no los alimentan tanto cuanto jugar. Una u otra vez eso no es verdad: prefieren la televisión a ir a jugar; pero aquí en Tatajuba, con ese grupo de chicos,  el juego siempre gana.

Texto: Renata Meirelles

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