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06
May-2015

“Ellos piensan que no sabemos nada”

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“Yo creo que ellos piensan que no sabemos nada” respondió cuando le pregunté porque los adultos de hoy en día viven diciendo que los niños no saben más jugar. “Que pregunta rara”, debe haber pensado. Carlitos no duda de su sabiduría, simplemente realiza, sin perder la oportunidad de vivir en silencio.

Entre sus códigos de expresión, las palabras no son su punto fuerte. Habla de si cuando corta, raspa, agujerea, lija y al tratar de nuevo. Sus manos son realizadoras de deseos. Construye autos de madera maciza, canoas de tallos de ‘buriti’, carrozas de buey de la raíz de la corteza, todo eso esculpiendo con cuchillo esas maderas de diferentes pesos. Es capaz de pasar un día entero viendo el viento soplar a través de la rendija mansa de la ventana. El tiempo no es su enemigo: al contrario, le encanta pasar horas mirándolo pasar por detrás del anacardo ancho, en frente a su ventana.

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Niños de esa calidad no se ajustan bien a los bancos escolares. Desean que alguien perciba el canto de los pájaros de allá afuera. Se sienten vaciados cuando sus manos cargan apenas el liviano peso de lápices y bolígrafos. Suelen llevar para sus casas mensajes de sus fracasos.

Decían que allí adentro él recibiría la visa para ser alguien en la vida. Caso llene todos los papeles y complete cuadernos y libros con palabras correctas, tendrá éxito garantizado, será un ciudadano de verdad.

Carlitos ve verdad en las formas sinuosas de los autos que él mismo construye y que aprendió mirando “al chico de ahí construyendo’.  Ve verdad en como el pescado que tira del anzuelo se balancea, como aprendió con su padre. Ve sentido y verdad en el olor calentito de la harina, cuando ayuda a los mayores a cebarla y a tostarla. Sus ojos llegan antes cuando se pone a aprender a ser. Una pena que los aprendizajes de la mirada no tengan tanta fuerza como los del papel.

Su madre muestra su agonía de velar por el futuro de su hijo. Compró el discurso de que es necesario saber reproducir correctamente los contenidos escolares para conseguir un buen empleo, en la medida de lo posible en la ciudad, salir de esa vida del campo “sin futuro”.

Un destino trazado en una línea recta y sin vuelta atrás, desde el día en que se sentó en aquellos bancos: cumple con tus tareas escolares y tendrás “éxito”.

Su padre no recibió la “bendición” escolar y asume que hoy no es un ciudadano bien sucedido. Dice la leyenda que esa tarea es, hoy en día, misión de esta generación, tan llena de oportunidades.

Carlitos siente pena que la gente no escuche a los pájaros de allá afuera. Mucho menos a los de adentro.

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Texto y fotos: Renata Meirelles

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