May-2015
El tradicional casamiento pomerano – 2a parte: Niños
Visitamos la casa del Sr. Levi Roger, un domingo de sol en que recibía amigos y parientes, como se suele hacer los domingos.
Reunir un grupo de niños de las más diferentes edades, sin compromisos definidos y con espacio para que hagan lo que quieran, es suficiente para que la imaginación infantil muestre su fuerza y su vigor.
No pasó mucho tiempo para que esos niños organizaran una feria con todo lo que encontraron en la huerta y en el pomar: repollo, bananas, limones, zapallos, cebolla, cayotes; había de todo.
Cada cual contribuía a su manera, decidir quien iba a asumir cada papel en esa história y como iban a organizar cada elemento; y así, un poco de cada lado, rapidamente la feria tomó cuerpo.
Los varones se encargaron de organizar los puestos y del comércio de los alimentos; y las niñas compraron los productos, pagando con hojas de naranjo. A seguir, cargaban como podían todas las compras hasta la casita de muñecas – un espacio del gallinero que fue ocupado y organizado detalladamente por la anfitriona, Eliandra, de 7 años.
Así que acomodaron los alimentos y los cuchillos sobre la mesa, empezaron a picar todo como si supieran lo que tenían que hacer. Ya estaba en las manos de aquellas niñas la práctica de manejar los cuchillos y organizar los platos en elaboradas formas estéticas. Sus manos trabajaban sin pensar o discutir entre si, el destino de aquella comida: hacían todo orientadas, tal vez, por la memória afectiva de un saber que no perdió espacio entre los niños pomeranos.
A partir de esos platos, tan ricamente organizados, fue que surgió la idea de celebrar un casamiento. Mirando aquellas cebollas, piedras, limones, tierra, hojas, bananas, etc, parecía que el casamiento era necesário, como si no dudasen que era una secuencia lógica de aquel juego. No que ya hubieran jugado de esa manera, pero los platos daban esas pistas, imprimiendo ese natural deseo. De esta forma, a partir de la comida, surgió el juego de casamiento.
El libre tránsito en todos los espacios del casamiento adulto crea un saber vivencial en el cuerpo de estas niñas, saber que es nítido en su juego.
Cada acción tenía su objetivo determinado, nada era aleatório o sin sentido y, en pocos minutos, el puesto de la feria se transformó en un altar decorado; quedó definido quienes serían los novios, el pastor y los mozos. Arreglaron a la novia, hicieron las banderas de los mozos usando bolsitas de plástico atadas a los palos de las escobas, y transportaron a los invitados en camioncitos de madera construídos por Joemilson, de 12 años.
La pastora celebró la ceremonia, ayudada también por adultos curiosos por como se desarrollaba ese juego.
Decretado el matrimonio, se siguió la secuencia del ritual con todas las etapas de los casamientos tradicionales pomeranos y empezó la fiesta.
Había allí tamaña verdad que uno de los adultos tuvo el impulso de contribuir con el juego y empezó a tocar el acordeón, para alegría de todos los niños.
Bajo los gritos de los mozos, bailaron la ‘danza de los novios’, el “reshtemish” (otra danza típica), la novia lanzó el ramillete, hubo “rompe lozas” con platos descartables y, claro, la cena con los platos que dieron origen al juego.
Dominado por el juego, el espacio del galpón se transformó en salón de fiestas. Los adultos que asistían todo, del lado de afuera, a través de las ventanas, lanzaban sus sonrisas tímidas de aprobación, reafirmando la proximidad del espacio social de los adultos y de los niños en aquella comunidad.
Texto y fotos: Renata Meirelles
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