Abr-2015
Carroza de buey
El zumbido se escucha desde lejos, se escucha hace mucho tiempo. Una buena carroza tiene que zumbar, tiene que hacerse oír.
Hacen varias generaciones que la región de Cururupu está marcada por la fuerza de las carrozas de madera y hierro, llevadas por la tracción de los bueyes.
“Cheda, canga, paré, rodeiro, canzil, taca, cébria” y una enorme cantidad de nombres de las partes de las carrozas, es cultura de esa gente que entiende bien cuán suave puede ser una rueda de caucho comparada con una de madera.
Las carrozas de buey construidas por los niños de la comunidad quilombola de Entre Ríos, no olvidan partes como la ‘canga’, el ‘canzil’ y, sobretodo, el sonido del zumbido. Y ahí se puede usar querosén en los ‘rodeos’ y llenar la carroza de piedras porque carroza liviana no zumba.
Nacidos de las raíces de la corteza, los bueyes de los niños llegan a sangrar savia cuando recién confeccionados.
Mateus y Netinho llevan la corteza al patio, debajo de un inga y trabajan arduamente con sus cuchillos en una mesa sostenida por un antiguo y firme tronco.
“Juguete comprado se rompe rápido y no conseguimos arreglarlo” concluye Mateus a sus 10 años de edad. Romperse todos se rompen, pero los que son hechos por los niños tienen la ventaja de ser restaurados; y ahí reside un trabajo casi necesario para estos niños. Restaurar lleva tiempo, dedicación, empeño, solución de problemas… Que buena cosa para los niños!
Sólo decir que la rueda de Mateus se rompió unas dos o tres veces mientras la construía. Casi al final de los golpes de cuchillo, crack… Se partió por la mitad. Empezar de nuevo, confeccionar nuevamente, repetir los mismos gestos con otro cuidado, refinar los movimientos, eso hace parte del jugar.
Al fin del día, los bueyes merecen volver al corral, soltarse de las carrozas para descansar después de tanto juego.
Texto y fotos: Renata Meirelles
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