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30
Abr-2015

Nuestro primer destino: comunidad Alto Santa María. Esta es una comunidad de pomeranos instalada en las laderas de la sierra del municipio de Santa María de Jetibá en el Estado de Espíritu Santo.

Aquí viven alrededor de 1500 personas y se estima que casi 90% son pomeranos, siguiendo sus raíces con mucha fuerza. En 1860, Pomerania pasaba por muchas dificultades y la inmigración de pomeranos que querían ser propietarios de tierras, se intensificó en Brasil. Después de desembarcar en el puerto de Rio de Janeiro, era  el gobierno brasilero que les destinaba pequeños pedazos de tierra medidos a ojo, y decidía para donde irían. Tanto Rio Grande del Sur como Espíritu Sano recibieron muchos inmigrantes pomeranos. En aquella época, este Estado, antes mantenido estratégicamente deshabitado para dificultar la llegada marítima a Minas Gerais, pasó a tener como objetivo su propio desarrollo.

El idioma pomerano en Alto Santa María es hablado por casi todos. El portugués se aprende en la escuela como segundo idioma, por lo que es difícil encontrar niños menores de 3 años que hablen portugués.

Los mayores tampoco hablan portugués ya que pertenecen a una generación que no tuvo oportunidad de ir a la escuela. No porque esta no existiera en aquella época, sino porque, con el nacionalismo de Getulio Vargas, era prohibido hablar alemán y pomerano en las escuelas. Como en aquella época los maestros sólo hablaban pomerano y alemán, fue difícil encontrar quien pudiera dar clases en portugués para aquellos niños que hoy forman la generación con más de 70 años.

Color azul y verde, las miradas pomeranas son, en general, firmes y silenciosas y no nos rebelan de inmediato sus historias y hechos cotidianos. Aquí tuvimos que ajustarnos a las escasas palabras.

Dicen sobre si mismos, sobretodo a través de gestos de persistencia. En el trabajo, agachados sobre la tierra, ocupados con sus plantaciones de hortalizas, legumbres y verduras, no levantan la mirada hacia el yermo. No evocan el cansancio, la falta de recursos o las condiciones climáticas como fuente de desolación. Siguen manteniéndose firmes en sus quehaceres arduos, pesados y, al mismo tiempo, delicados y casi artesanales del plantío y de la cosecha que no usa grandes máquinas. Permanecen curvados en silencio, sembrando de a uno los plantíos, arrancando malas hierbas y recogiendo las hojas.

Los pomeranos de Alto Santa María son pequeños agricultores y trabajan de forma incansable en sus huertas de repollo, café, lechuga, remolacha, ñame, papas, choclo, espinacas, coliflor, rábanos, berenjenas, tomates, boniatos, zanahorias, chauchas, cebollines, perejil, etc.

Alrededor de cada casa se ve una gran huerta  y todos los miembros de la familia trabajan juntos. Un trabajo familiar que eleva el espíritu de unión entre ellos.

Son dueños de tierras y, en la mayor parte de los casos, son los miembros de la propia familia que hacen todo el servicio. Así, temprano por la mañana, salen todos al campo, salvo los niños en edad escolar. De esta forma, es muy común, por ejemplo, ver bebés en cochecitos tipo cuna hechos de madera con ruedas, acompañando a sus padres en el trabajo del campo. Juegan, duermen allí adentro y, cuando quieren, piden para dar una escapada y jugar un poco en la tierra.

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Ya algo mayores reciben su propia azada e imitan el gesto de aquello que acompañan tan de cerca.

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Una vez por semana van a las ciudades de Victoria y Colatina a vender sus productos en las ferias. Gran parte produce productos orgánicos, de los que muchos de ellos se sienten orgullosos. Solo caminar un poco por las carreteras de tierra que cortan la comunidad y se puede notar un paisaje de diferentes tonos de verdes por las huertas y una diversidad de colores estampados en las paredes de las casas. Casas amarillas, azules, rojas, verdes, rosadas, combinando con las flores y con los ornamentos delicadamente confeccionados por ellos. Todo finamente decorado y muy organizado.

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A propósito, organización es la palabra de orden, basta ver las cocinas y los hornos. El horno a leña de azulejos posee un espacio bien liso para el fuego y una tapa que cubre la entrada de madera, no dejando que el hollín se esparza alrededor de las ollas.

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 Texto y fotos: Renata Meirelles

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