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En la aldea, casa es lugar para descansar y dormir. Los panará duermen en redes o en camas hechas por ellos mismos. Antiguamente los panará dormían en el suelo, las casas eran grandes y en ellas vivían muchas familias junto con el suegro. Hoy en día las casas pueden ser menores, pero la cocina siempre está afuera. Para cocinar se usan hogueras. La cocina queda en el patio de cada casa: es una casa sin paredes, un espacio donde hay redes para descansar y utensilios para cocinar.

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Junto a las cocinas los Panará tienen la costumbre de hacer estrados para colocar cosas como ollas, almacenar agua, guardar papillas, lo suficientemente altos para que bichos y niños no los toquen. Los estrados son parecidos con mesas pero mucho más altos. Ahora, imagina que tu eres un niño y que encuentras un estrado como ese. La parte de abajo son casitas perfectas! Los niños hacen muchas cosas allí abajo: hacen redes con manteles, colocan a las muñecas o ellas mismas se acuestan; hacen paredes con tejidos y así pasan horas jugando. Crean miniaturas de lo que existe en la aldea.

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Hay muchas formas de construir casitas: los niños usan los materiales que existen cerca, buscan con ojos de quien quiere encontrar, construyen usando toda su creatividad; usan pajas de casas derribadas, restos de plásticos y cualquier cosa que esté disponible.

Cierta vez estábamos haciendo trompos con Sykian, el cacique de la aldea, en su patio. Fue cuando observamos un juego muy interesante. Dos niñas empezaron a construir una especie de casita que no seguía una estructura convencional, con cuatro apoyos, un techo y paredes: era inusitada. Era una estructura de tres palos en pie formando un triángulo, ligados por dos pedazos de madera en la horizontal. En cima de esos palos las niñas colocaron muchas cosas: teteras, ropas, una media imitando una red, un cochecito de plástico, hasta una biblia que equilibraba la construcción. Era como un móvil, el juego tenía que ver con el equilibrio, conseguir colocar cosas en equilibrio: cada objeto era sentido, verificado el tamaño y el peso se encontraba un local donde se pudiera componer con todo el resto. Cuantos más objetos cabían, mayor el desafío; a cada nueva conquista, mayor la satisfacción.

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Ahí surgió uno de esos aprendizajes que tenemos dificultad de recordar que un día ya existieron en nosotros. Cuando el juego contaba con gran riqueza de elementos y el móvil se hacía más complejo en su composición, una niña movió un cochecito y se cayó todo. Entonces, para nuestra sorpresa, todos cayeron en carcajadas; las niñas, sin pestañear y mucho menos quejarse, reconstruyeron su obra muchas veces, esta vez mucho más ágiles que al principio. Ya conocían el camino de la construcción, el peso de los objetos, aunque el resultado final nunca era idéntico al primero. Eso era lo mejor del juego, construir, caerse, reírse, construir hasta cansarse.

Ese desapego del juego es una pieza esencial de la alegría, entrega y disposición que tornan al juego ese acto de libertad, colectividad, amoroso y de verdadera alegría. No importa tanto el resultado, lo más importante es el proceso creativo del hacer.

Texto: Paula Mendonça

Fotos: Paula Mendonça y Renata Meirelles

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