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Jugar con canoas de timbaúba es una antigua tradición entre adultos y niños de Tatajuba. Se sienten orgullosos de mantener esta costumbre hacen tantas generaciones. Un acto de resistencia colectivo, marcado en el gesto de jugar.

Cuando nos contaron sobre este juguete nos preguntaron: “cuanto tiempo van a quedarse por aquí?”.  “Vamos a quedarnos unos 40 días”, respondí. “Ah, entonces va a dar tiempo de construir una para que veas”.  “En serio? Demora mucho para hacerla?”, pregunté.  “Y como demora, pero 40 días da”.  “Cuanto tiempo demora?”.  “Ah, algunas semanas”,  contestaron en coro un grupo de 4 niños.

Dejo para entender el resto durante el propio proceso, no tengo por hábito hacer una serie de preguntas antes de la acción. Los niños no explican: hacen, muestran, presentan. Uno que tire sus dudas mirando, observando. Una u otra vez, en el medio del proceso, me salgo con algunas preguntas, más para dar voz a mis curiosidades y lapsos de mi imaginación que para entender los pasos de la confección. Sé que la respuesta de cuanto tiempo demora vendrá si yo tengo paciencia y persistencia de oír y observar.

Así siendo, queda marcado para empezar la construcción del juguete cuanto antes, para no correr el riesgo de irnos sin conocerlo.

De donde nacen esas canoas? Debajo de la tierra, de las raíces de Timbaúba.

Escena arqueológica ver a los niños cavar la tierra buscando pedazos de raíz. Una verdadera arqueología del jugar.

Observar como la retiran de la tierra es casi mórbido, como si estuviesen desenterrando huesos. Uno de los niños inclusive comentó: “esto es un difunto”. Pero fue replicado por otro: “No, eso es un dinosaurio”.  Dinosaurio o difunto, ambos remiten a lo que partió, perdió vida y está siendo desvelado, reanimado, traído nuevamente a la vida a través de las manos de estos niños. Escena de dejarnos sin respiración.

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De ahí en más, los pasos siguientes son descascarar y dejar secar la madera al sol por varios días, semanas. Los niños juran que el peso de la canoa quedará bien diferente, “livianita, vas a ver”. 

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Para que la madera se seque bien hay que cuidarla. No se trata solo de abandonarla en el patio y dejar que el tiempo haga su trabajos. Si llueve hay que sacarla de allí. Llega la noche, hay que guardarla bajo techo para que no se moje. Es un ejercicio del deseo tener su canoa navegando por aguas mansas. Quieres tener una? Hay que saber cuidarla y, sobretodo, esperar, esperar, esperar, esperar. A veces tampoco es bueno esperar demasiado: la madera agarra ‘broca’,  una larva que la come por adentro y torna inútil aquel pedazo.

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El tiempo para jugar es regido por ritmos, no por horas. Los niños saben que es arriesgado establecer tiempos para jugar: riesgo de no conseguir, de no potencializar lo que precisa ser potencializado.

Increíble como quedan livianitas! Lo que antes era un palo pesado, ahora, después de 3 semanas, tiene peso de corteza. El sol se lleva consigo el agua de adentro de la madera y deja la materia seca, liviana.

Ahora es tiempo de esculpir la madera. El cuchillo no puede equivocarse. Fueron muchos días esperando: el corte tiene que ser preciso, certero.

Era grande el entusiasmo de construir la canoa entre los niños. Se sentaron bajo un pie de tamarindo en el patio de uno de ellos, empezaron los primeros cortes y no demoró mucho para que terminaran: “no conseguimos aún esculpir estas canoas en madera, mejor llamar a Cleverson que sabe hacerlo bien”. 

Uno por uno nos confesaron que las canoas de Timbaúba que tienen en sus casas fueron construidas por sus padres, tíos o amigos mayores. En la edad de ellos, entre 9 y 14 años, lo que saben de verdad es construir canoas de telgopor; para las de madera, aún les falta habilidad para cortar. Quieren aprender, rodean a Cleverson con sus miradas, adquiriendo habilidad a través de la observación silenciosa y atenta.

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Los mástiles y timones son de responsabilidad de los niños; pero esculpir con la precisión necesaria para una buena navegación es, aquí en Tatajuba, para otra generación.

Las aguas y los vientos no permiten errores, no aceptan canoas con pequeñas deformaciones, sin simetría o desbalanceadas. Piden precisión, exactitud del juguete. Y construir un juguete que no atiende su propósito original, es algo inaceptable para la infancia. Es preferible asumir que no saben construir, pasar para quien sabe, que hacer una canoa que no navegue bien. Los niños no hacen juguetes porque sí: quieren ver en ellos la verdad del jugar.

Cuando van al agua, los ajustes son constantes. Un contra peso de arena para balancear la fuerza del viento. Pequeños movimientos en el timón para enderezar la dirección, soltar o apretar las cuerditas del mástil para aprovechar mejor el viento. Buscan todo el tiempo el mejor desempeño de las canoas.

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Fueron muchas las lecciones de agua, viento, dunas y de la naturaleza de jugar en esos espacios, durante esos 40 días. Una geografía de gestos y saberes presentada por nuestros maestros-niños que se esforzaron por mostrar el litoral cearense siendo ‘jugado’ con todos sus matices y posibilidades. Y cuantas posibilidades!

Texto y fotos: Renata Meirelles

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