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Nasepotiti significa “murciélago quemado”. Comer murciélagos era una antigua costumbre de los indios Panará. Hoy en día, los murciélagos vuelan sueltos por la aldea y nadie más se molesta en cazarlos: prefieren otro tipo de cazas como de pescados, rayas, morenas, tapires, monos negros, caimanes, tortugas y otros bichos.

La aldea se localiza en la Tierra Indígena Panará, que se sitúa en la divisa entre los Estados de Mato Grosso y Pará, más exactamente en el municipio de Altamira.

Para llegar aquí, solo es posible en avión o en barco, a través de las aguas turbias del rio Iriri. Nosotros, del Territorio para Jugar, hicimos el trayecto por las acentuadas curvas de este rio, desviándonos de árboles caídos en las márgenes y de piedras que quedan más lisas en esa época en que empiezan las lluvias. Todo marginado por un bosque amazónico exuberante que corta el suelo con increíble fuerza.

En la aldea Nasepotiti viven hoy 394 habitantes, siendo 75% menores de 18 años. Una aldea cuya población es esencialmente joven, con muchos niños realizando vigorosas expediciones por las entrañas de ese bosque, de ese rio y de los elementos de la naturaleza. Un ‘plato lleno’ para miradas atentas al universo infantil.

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Hay en total 21 casas distribuidas en círculo, cada una con una cocina del lado externo, protegida por un techo de paja y sin paredes. Las cocinas marcan el territorio social, con redes para descansos diurnos y donde se llevan a cabo las pinturas corporales, las charlas relajadas entre gente de diferentes generaciones, la artesanía de las mujeres – adornos corporales hechos con mostacillas; y la de los hombres – tejidos de canastas, aparte, claro, de la preparación de comidas. Y hablando de preparar comidas, éstas son hechas en hornos a leña sobre el suelo, con piedras que sirven de soporte para las parrillas o para las ollas.

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Aparte de las casas está el “Centro” o “Casa de los Hombres”,  un espacio circular para las grandes decisiones de la aldea, donde los hombres ser reúnen para demoradas charlas y las mujeres se sientan afuera dando, de vez en cuando, sus sugerencias y opiniones. Un terreno de discusiones y ocio para jugar dominó y ajedrez, juegos muy comunes hoy en día.

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Los árboles fructíferos plantados alrededor de las casas, como el mango, el ‘pequi’, el coco, el anacardo, la ‘castaña-do-pará’, la naranja, la ‘macaúba’ y la ‘jaca’, crean una especie de frontera entre el bosque y la aldea, cerrando el círculo espacial de las viviendas.

Más allá de este círculo está la pista de aterrizaje para pequeños aviones, la escuela, el comedor y la cocina de la escuela, el centro de salud, la oficina central de la Asociación Iakiô (representante legal de la población Panará), el campo de fútbol (gran pasión entre los panarás); y la casa de los miembros del ISA – Instituto Socio-ambiental, donde el equipo del Territorio para Jugar se hospedó durante los 25 días en que estuvo en esta aldea.

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 Texto y fotos: Renata Meirelles

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